Opinión

Ecos Cervantinos

Por el señor Búho

El Sol y el conejo

"En realidad, aunque no lo sepamos o no nos lo creamos, somos los capitanes de nuestra propia vida, los arquitectos y constructores de nuestro propio destino."

Tras nuestro precioso y edificante diálogo sobre la virtud, mi señor, don Miguel de Cervantes, tomó su zurrón, se colocó bien su sombrero de paja, se ajustó el cinturón e hizo la intención de proseguir la marcha. La sencillez y rusticidad de su atuendo me recordó la importancia de valorar lo esencial y no dejarnos llevar por las apariencias.


- ¡Venga, Sr. Búho! ¡Que no tenemos tiempo que perder! -exclamó con la intención de que me dispusiera física y mentalmente para una gran caminata, hacia quién sabe dónde-.


- Ni que ganar, don Miguel; ni que ganar -le repliqué poco entusiasmado por lo incierto de nuestro nuevo viaje hacia ninguna parte-.


- Le encuentro hoy, Sr. Búho poco esperanzado. Ha de saber usted que las oportunidades son como los amaneceres; si esperas demasiado tiempo, las pierdes.


- Ya, ya, le comprendo, don Miguel, pero: ¿Cree usted que un pobre búho y un humilde y errante hombre pueden tener oportunidades?

- ¿Es que se ha olvidado usted del refrán pastoril que afirma que, si el Sol no sale, no le estropeará el día al conejo?

- Sí, por supuesto. ¡Claro que lo recuerdo! Afortunadamente, gozo, sabe usted, don Miguel, de muy buena memoria, pero no sé a qué cuento trae usted a colación ahora este antiguo refrán del Sol y el conejo.


- Ha de saber, Sr. Búho, buen amigo y mejor compañero de fatigas, que los refranes son parte de nuestra cultura popular y siempre contienen suculenta sabiduría y observaciones para la vida.


- No diré yo que los refranes no sean acervo de la cultura popular y sustanciosos de sabiduría y observaciones para la vida, don Miguel, pero en este caso, no le encuentro yo ninguna enseñanza práctica. Ya me irá usted, don Miguel, qué buen maridaje pueden hacer el Sol y el conejo.


—Verá, Sr. Búho, todo tiene su explicación, así que déjeme que le explique. Solemos creer -erróneamente- que somos producto de las circunstancias o de la suerte, una especie de hojas otoñales que el viento lleva de un lado para otro, sin tino ni camino. Sin embargo, esto no es así. En realidad, aunque no lo sepamos o no nos lo creamos, somos los capitanes de nuestra propia vida, los arquitectos y constructores de nuestro propio destino.


- Ah, ¿sí?


- Sí, Sr. Búho. ¡Cada uno es artífice de su propia ventura!


- Ya, no diré yo que no, pero, no es menos verdad, don Miguel, que cada uno es como Dios le hizo, y aún peor muchas veces, según usted mismo ha escrito por boca de don Quijote.

- ¿Es que ve usted, quizás, contradicciones entre ambas sentencias? ¿Es que pretende decirme que somos meros productos del azar? o, peor aún, ¿Del Fatum o el Hado? ¿Que existe una inquebrantable fatalidad para nuestras vidas? ¿Que lo escrito, escrito está? ¿Que nada puede doblegar la predicción o el vaticinio? ¿Que existe de antemano una irrevocable decisión divina? ¿Que, si el Sol no sale, le estropeará el día al conejo?


- Me gustaría pensar que las cosas son como usted trata de decirme: que, en realidad, cada uno de nosotros somos los artífices de nuestra propia ventura; pero, es que, don Miguel, viendo sus duras y adversas circunstancias condiciones de vida, da que pensar que, quizás, unos nacen con estrella y otros estrellados.


- ¿Es que, acaso, me ve usted estrellado?


- No diré yo que tanto, pero, no veo que ni usted ni yo vivamos en castillos fortificados, rodeados de comodidades y servidores; ni que tengamos como ocupación principal la caza; ni que participemos en torneos; ni que asistamos a grandes festividades….


- ¿Y por ello cree usted que somos menos felices que estos acaudalados y arrogantes personajes cuya gloria será tan efímera como cada pensamiento perverso que pasa por sus estrechas mentes? Yo, no lo creo, Sr. Búho. Nuestro Señor. Jesucristo nos aconsejó no hacer tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín los corrompe, y donde los ladrones los minan y hurtan. y mucho antes, el gran filósofo griego, Epicuro de Samos, que no había que afanarse en aumentar nuestros bienes, sino en disminuir nuestra codicia.


- Ya. Sabios consejos…


- Y también, Sr. Búho, proféticos.

- ¿Proféticos? ¿A qué se está refiriendo usted, don Miguel?


- A que la efímera gloria de los poderosos de nuestros días pasará; sin embargo, la suya y la nuestra no, Sr. Búho.

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